Ejercicio y Supervivientes de Cáncer de Mama
Por Sheila Contreras Cañete (Graduada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte). Técnica de GanaSalud.
La actividad física mejora de forma clara la calidad de vida, la salud mental, la función física y la supervivencia de las mujeres con cáncer de mama, incluso con volúmenes e intensidades moderadas, siempre que se mantenga en el tiempo. Por ello, es importante integrar el ejercicio como complemento al tratamiento antes, durante y después de la terapia oncológica.
Cáncer de mama y secuelas
El cáncer de mama es el tumor más frecuente en mujeres a nivel mundial y una de las principales causas de mortalidad por cáncer. Aunque los tratamientos actuales (cirugía, quimio, radio, hormonoterapia) aumentan la supervivencia, dejan secuelas persistentes como fatiga, pérdida de masa muscular, dolor, limitaciones funcionales, ansiedad y depresión que pueden mantenerse durante años. Estas alteraciones se asocian con menor fuerza, peor capacidad aeróbica, más discapacidad y peor percepción de salud a largo plazo.
En este contexto, se distingue entre actividad física (cualquier movimiento que gasta energía) y ejercicio físico (actividad planificada, estructurada y repetida con objetivo de mejorar la condición física). La actividad física regular se vincula a menor riesgo de enfermedades crónicas (hipertensión, diabetes, obesidad, enfermedad cardiovascular) y de varios tipos de cáncer, incluido el de mama.
Qué aporta el ejercicio en cáncer de mama
En mujeres con cáncer de mama, la actividad física actúa como una herramienta no farmacológica capaz de reducir la fatiga, mejorar la funcionalidad y contrarrestar efectos secundarios como la cardiotoxicidad de algunos tratamientos. Además de los beneficios físicos, el ejercicio mejora el estado de ánimo, disminuye la ansiedad y la depresión, aumenta la autoestima e influye positivamente en la función cognitiva y la composición corporal.
La evidencia muestra que mantenerse activa antes, durante y después del tratamiento se asocia con mejor calidad de vida, mejor salud mental y mayor capacidad funcional. Programas de ejercicio tanto domiciliarios como supervisados han demostrado mejorar la resistencia cardiorrespiratoria, la fuerza muscular, el control de la fatiga y marcadores inflamatorios y metabólicos.
Efectos sobre la calidad de vida y la salud mental
Programas de ejercicio físico estructurados, combinando el trabajo aeróbico y de fuerza, con una duración mínima de 12 semanas, logran mejoras significativas en la calidad de vida física, psicológica, social y ambiental, y reducen síntomas como fatiga, dolor y trastornos del sueño. Además, los niveles de depresión descienden en las pacientes que siguen estos programas frente a las que mantienen solo su actividad habitual.
En numerables casos se encuentra una clara relación dosis‑respuesta: cuanto mayor es el nivel de actividad, mejor es la calidad de vida, funcionamiento físico, emocional y social, y menores los síntomas (fatiga, insomnio, dolor). Incluso en mujeres recién diagnosticadas, antes del tratamiento, más minutos diarios de actividad física se asocian con menos síntomas depresivos, más felicidad y mayor satisfacción con la vida, mientras que más tiempo sedentario se vincula a peor bienestar emocional.
Función cognitiva y actividad física
En supervivientes de cáncer de mama se ha demostrado una relación positiva entre actividad física y mejor rendimiento en memoria, velocidad de procesamiento y control atencional.
Es importante destacar que la actividad vigorosa no se asocia necesariamente a más beneficios cognitivos en comparación con la ligera o moderada. Por tanto, no es imprescindible “entrenar fuerte” para proteger la función cognitiva, sino mantenerse activas de forma regular con intensidades tolerables. Recuerda: “entrena en la medida en la que te puedas recuperar”.
Composición corporal, fuerza y marcadores biológicos
El entrenamiento combinado (fuerza y resistencia) en mujeres en tratamiento mejora la fuerza muscular, la reducción de grasa corporal y ayuda a presentar cambios favorables en colesterol y triglicéridos. Al mismo tiempo, disminuyen marcadores inflamatorios (como IL‑6 y TNF‑α) y de estrés oxidativo, que se relacionan con peor pronóstico y más comorbilidad.
Cuando se interrumpe el entrenamiento (periodo inactivo), parte de estos beneficios se pierden, especialmente la fuerza y la mejora inflamatoria. Por ello es importante que el ejercicio no sea una intervención puntual, sino un hábito sostenido en el tiempo para mantener las adaptaciones logradas.
Capacidad cardiorrespiratoria y función física
Los programas supervisados y planificados en supervivientes de cáncer de mama consigue mejorar el consumo máximo de oxígeno (VO₂max) y de la actividad física total. Estas mejorías se reflejan en una mejor tolerancia al esfuerzo y una mayor capacidad funcional, aunque no siempre vayan acompañados de cambios importantes en la presión arterial o la frecuencia cardíaca en reposo.
En general, las mujeres con cáncer de mama presentan de base menor fuerza en miembros superiores y menor capacidad aeróbica que mujeres sanas, lo que se traduce en más fatiga y peor función en actividades diarias. El ejercicio regular contribuye a revertir parte de esa pérdida funcional, facilitando la autonomía y reduciendo el riesgo de discapacidad.
Supervivencia y riesgo de recaída
En mujeres con cáncer de mama avanzado, realizar al menos una hora semanal de actividad moderada o vigorosa se asocia con tasas de supervivencia significativamente mayores a 12 meses y mejor estado funcional. La inactividad física, por el contrario, se relaciona con un deterioro más rápido tanto físico como emocional, incluso en estadios avanzados.
En pacientes de alto riesgo (estadios II–III), aquellas que se mantienen activas antes, durante y después de la quimioterapia presentan una reducción aproximada del 55% en el riesgo de muerte por cualquier causa y del 68% en la mortalidad específica por cáncer de mama.
Apoyo emocional, educación y seguimiento
Además del ejercicio, en este colectivo es importante que se realicen talleres grupales sobre gestión del estrés y la ansiedad, identidad corporal tras el cáncer, motivación, nutrición básica y prevención de recaídas. Este enfoque multidimensional busca mejorar el bienestar psicológico, el autocuidado y la percepción corporal, no solo los parámetros físicos.
En resumen …
- El cáncer de mama deja secuelas físicas, emocionales y cognitivas que pueden durar años, incluso en mujeres que “han superado” la enfermedad.
- La actividad física mejora calidad de vida, estado de ánimo, sueño, dolor, fuerza, capacidad aeróbica y algunos marcadores biológicos de inflamación y estrés oxidativo.
- Mantenerse activa antes, durante y después de los tratamientos se relaciona con una mayor supervivencia y menor riesgo de muerte por cáncer de mama.
- Programas de ejercicio estructurados, accesibles, multidisciplinares y adaptados a cada mujer pueden marcar la diferencia en cómo se vive y se sobrevive al cáncer de mama.
- El entrenamiento de fuerza revierte la pérdida de masa y potencia muscular.
- Los tratamientos (quimioterapia, hormonoterapia, inactividad) favorecen la sarcopenia y la debilidad, especialmente en miembros superiores.
- El uso de ejercicios de fuerza con cargas progresivas (bandas elásticas, pesas, peso corporal) mejoran la fuerza y la función, lo que se traduce en mayor autonomía en las actividades diarias.
- Mejora la composición corporal y el perfil metabólico, al reducir la grasa corporal y controlar el colesterol y los triglicéridos.
- Esta mejora de la composición corporal y del metabolismo puede contribuir a reducir el riesgo cardiovascular y a crear un entorno biológico menos favorable para la progresión tumoral.
- Disminuye la inflamación y el estrés oxidativo.
- El trabajo de fuerza bien pautado se relaciona con descensos en marcadores inflamatorios como IL‑6 y TNF‑α y en índices de estrés oxidativo. Estos cambios son relevantes porque la inflamación crónica y el estrés oxidativo se vinculan a peor pronóstico, más efectos secundarios y mayor comorbilidad.
- Potencia la calidad de vida y el bienestar psicológico.
- Cuando el programa de ejercicio incluye fuerza junto a trabajo aeróbico, las pacientes sienten menos fatiga, menos dolor y mejor percepción de su estado físico.
- Sentirse más fuerte mejora la autoeficacia, la imagen corporal y la sensación de “recuperar el control” del propio cuerpo, con impacto positivo en ansiedad, depresión e identidad tras el cáncer.
- Sus beneficios dependen de la continuidad y la supervisión.
- La mayoría de los beneficios del ejercicio (ganancias de fuerza y cambios inflamatorios) se pierden si se pausa o abandona (interrupción del ejercicio), por lo que es clave mantener el estímulo en el tiempo y convertirlo en un hábito a largo plazo.
- Los mejores resultados se observan en programas supervisados, con progresión individualizada y adaptación a secuelas como linfedema, limitaciones de movilidad o fatiga.
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