Por Cristian García Martínez. Técnico de GanaSalud.

 

Cómo el movimiento fortalece no solo los músculos, sino también el cerebro

Durante mucho tiempo hemos asociado el ejercicio físico con una buena forma y una vida saludable. Sin embargo, en los últimos años la ciencia ha revelado algo todavía más fascinante: mover el cuerpo también entrena la mente. En niños y adolescentes, la actividad física no solo ayuda a crecer fuertes y sanos, sino que también estimula el desarrollo del cerebro, mejora la atención, la memoria y otras muchas capacidades, en definitiva, la inteligencia.

Lo que comenzó como una sospecha hace décadas hoy se respalda con sólida evidencia científica. La idea de que el ejercicio puede hacernos más listos no es una metáfora: el movimiento tiene un efecto directo sobre el funcionamiento y la estructura del cerebro, un campo que apenas se tocaba. ¿Podría la actividad física afectar también a nuestra capacidad de pensar, aprender o concentrarnos?

Hoy sabemos que sí, y de una manera profunda. La evidencia científica actual muestra que el ejercicio es uno de los estímulos más poderosos para mantener un cerebro activo, joven y adaptable.

 

El cerebro: un órgano en constante cambio

El cerebro humano no es una estructura fija. A lo largo de toda la vida, y especialmente durante la infancia y la adolescencia, está en continuo proceso de reorganización. Este fenómeno, conocido como neuroplasticidad, permite que las neuronas formen nuevas conexiones en respuesta a la experiencia, el aprendizaje o el entorno. Y es lo que diferencia al ser humano de todo el resto de especies, se adapta continuamente donde se desarrolla.

Durante la niñez existen “ventanas sensibles”: etapas en las que el cerebro está especialmente receptivo a ciertos estímulos. Todo lo que un niño vive en esos periodos —desde las relaciones sociales hasta los hábitos diarios— puede influir en su desarrollo mental a largo plazo. Incluso sorprende la relación encontrada en algunos estudios entre el gateo escaso o nulo en algunos bebés en su inicio por el desplazamiento y el posible desarrollo de dislexia en etapas posteriores, además de problemas de coordinación y patrones de movimientos. Los que más gatearon demostraron tener mejor psicomotricidad, mayor confianza en sus movimientos, mejor coordinación ojo-mano, y capacidades superiores en lectura y escritura. (Morales Suárez & Rincón Lozada, 2016)

El ejercicio físico es uno de esos estímulos privilegiados. Cuando los niños se mueven, aumenta el flujo sanguíneo cerebral, se liberan neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, y se incrementa la producción del BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro (Hillman et al., 2008)), una proteína clave para la creación de nuevas conexiones neuronales. Dicho de forma sencilla: el ejercicio alimenta y fortalece el cerebro, ayudando a que las neuronas crezcan y se comuniquen mejor entre sí.

 

Lo que ocurre en el cerebro cuando un niño se mueve

Un estudio clásico mostró que bastan 20 minutos de caminata moderada para que el cerebro de un niño preadolescente funcione de manera diferente. Mediante registros de actividad cerebral, se observó un aumento de la activación en áreas relacionadas con la atención y el control cognitivo (Hillman et al., 2009), justo después del ejercicio. Además, los niños que habían caminado o hecho otros ejercicios aeróbicos obtuvieron mejores resultados en pruebas de lectura y comprensión en comparación con los que permanecieron sentados.

Esto demuestra que el beneficio del movimiento no es solo a largo plazo. Una sola sesión puede mejorar el rendimiento mental de forma inmediata, lo cual explica por qué muchos niños rinden mejor en clase después del recreo o una clase de educación física activa.

El movimiento, por tanto, actúa como un “botón de encendido” para el cerebro: mejora la oxigenación, favorece la concentración y prepara la mente para aprender.

 

La inteligencia: mucho más que genética

Durante años se pensó que la inteligencia era una cuestión casi exclusivamente hereditaria. Sin embargo, hoy sabemos que los genes apenas explican una pequeña parte del rendimiento intelectual (Ritchie & Tucker-Drob, 2018). Se calcula que solo un 15% del coeficiente intelectual (CI) depende de la genética, mientras que el resto está determinado por el ambiente: la educación, el entorno familiar, la alimentación, el sueño… y sí, también el ejercicio.

Esto significa que la inteligencia se puede cultivar, y que los hábitos cotidianos influyen enormemente en cómo se desarrolla el cerebro de un niño.

Practicar ejercicio de manera habitual no solo mejora las habilidades cognitivas inmediatas, como la atención o la memoria de trabajo, sino que aumenta el propio nivel de inteligencia, medida con pruebas de CI (Morales et al., 2024).

 

Lo que dice la ciencia: los niños activos puntúan más alto

Un equipo de investigadores analizó más de 3.200 niños y adolescentes (Aberg et al., 2009) de entre 5 y 14 años. En este meta-análisis concluyeron que los programas de ejercicio regular mejoran el coeficiente intelectual en promedio en 4 puntos.

Para hacerse una idea, esta mejora es comparable a la que se obtiene tras un año completo de educación formal. Y lo más interesante: los beneficios se observaron tanto en niños con niveles normales de inteligencia como en aquellos con un rendimiento más bajo. En otras palabras, el ejercicio no discrimina: ayuda a todos.

Además del CI, el entrenamiento físico favoreció la llamada inteligencia fluida, que es la capacidad de resolver problemas nuevos, adaptarse a situaciones cambiantes y pensar con flexibilidad. Esta forma de inteligencia es fundamental para el aprendizaje, para la vida diaria y para el resto de su futuro, porque permite enfrentarse a lo desconocido con creatividad y eficacia (Calvin et al., 2011).

Los programas más efectivos eran los que incluían entre 30 y 60 minutos de ejercicio moderado o vigoroso, realizados entre tres y cinco veces por semana. Actividades como correr, saltar, jugar a deportes de equipo, montar en bicicleta o simplemente moverse de forma activa bastan para provocar cambios positivos en el cerebro infantil.

 

Por qué el ejercicio potencia el aprendizaje

El vínculo entre movimiento y aprendizaje tiene varias explicaciones biológicas y psicológicas.

Por un lado, el cerebro necesita oxígeno y energía para funcionar de manera óptima. El ejercicio aumenta el flujo sanguíneo y mejora la oxigenación cerebral, lo que se traduce en un mejor rendimiento mental.

Por otro, moverse estimula la liberación de dopamina, noradrenalina y endorfinas, sustancias que influyen directamente en la motivación, la concentración y el estado de ánimo. Un niño activo se siente más despierto, más alegre y con mayor disposición para aprender.

También influye el aspecto emocional: la actividad física refuerza la autoestima, reduce la ansiedad y mejora el sueño, factores que contribuyen al equilibrio psicológico y al rendimiento académico.

Y sin olvidarnos del gran trabajo cognitivo sobre todo en deportes colectivos donde las funciones ejecutivas toman un gran protagonismo, potencian la doble tarea, la atención dividida, la flexibilidad cognitiva, la memoria de trabajo, la inhibición de impulsos y la velocidad de toma de decisiones entre otros, es decir, un cerebro super estimulado.

Así, el ejercicio no solo cambia el cuerpo o el cerebro de manera aislada: modifica la manera en que los niños piensan, sienten y aprenden (Revelo Herrera & Leon-Rojas, 2024).

 

Un mensaje para padres y profesores

En muchas ocasiones, los adultos siguen viendo el deporte como una “recompensa” o un pasatiempo, cuando en realidad debería considerarse una parte esencial del desarrollo educativo. Castigar a un niño sin entrenar porque ha sacado malas notas puede ser, paradójicamente, contraproducente: el deporte no quita tiempo de estudio, lo potencia.

De hecho, expertos en neurociencia y educación física proponen integrar más movimiento dentro de la jornada escolar, no solo en la clase de educación física, sino también en los descansos activos, las dinámicas de aula o las actividades al aire libre. El objetivo no es solo tener niños más en forma, sino también más atentos, creativos y felices.

 

El ejercicio también es medicina para el cerebro

La expresión “El ejercicio es medicina” originalmente se refería a los beneficios físicos del movimiento, pero hoy se amplía a una nueva dimensión: el ejercicio es también medicina para el cerebro (Solis-Urra et al., 2024).

Cada vez más investigaciones lo confirman: moverse de forma regular puede proteger frente al deterioro cognitivo, mejorar la memoria y favorecer un desarrollo intelectual pleno desde edades tempranas.

Por eso, podríamos reformular un viejo dicho:

  • Si quieres ser más fuerte, entrena.
  • Si quieres correr más rápido, practica.
  • Y si quieres ser más inteligente… muévete.

 

Conclusión: cuerpo activo, mente brillante

El ejercicio físico no es solo una cuestión de salud corporal, sino un auténtico fertilizante para el cerebro. Favorece la neuroplasticidad (Revelo Herrera & Leon-Rojas, 2024), estimula las conexiones neuronales y mejora la inteligencia tanto a corto como a largo plazo.

En la infancia y adolescencia, cuando el cerebro está en plena expansión, su impacto es especialmente profundo. Promover el movimiento en las escuelas, en casa y en la vida cotidiana no debería verse como una actividad secundaria, sino como una inversión en el futuro cognitivo y emocional de los niños.

Así que la próxima vez que escuches a alguien decir “primero los deberes, luego el deporte”, recuerda que en realidad el deporte también es parte de los deberes del cerebro.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Åberg, M. A. I. et al. (2009). Cardiovascular fitness is associated with cognition in young adulthood. Proc Natl Acad Sci U S A, 106, 20906–20911.
  2. Calvin, C. M. et al. (2011). Intelligence in youth and all-cause-mortality: Systematic review with meta-analysis. Int J Epidemiol, 40, 626–644.
  3. Fissac (2024). Los niños que hacen ejercicio son más inteligentes.
  4. Hillman, C. H., Erickson, K. I. & Kramer, A. F. (2008). Be smart, exercise your heart: exercise effects on brain and cognition. Nature Reviews Neuroscience, 9, 58–65.
  5. Hillman, C. H. et al. (2009). The effect of acute treadmill walking on cognitive control and academic achievement in preadolescent children. Neuroscience, 159, 1044–1054.
  6. Morales, J. S. et al. (2024). Exercise Interventions and Intelligence in Children and Adolescents: A Meta-Analysis. Pediatrics, 154, 2023064771.
  7. Morales Suárez, A. & Rincón Lozada, C. F. (2016). Relación entre madurez neuropsicológica y presencia-ausencia de la conducta de gateo. Acta de investigación psicológica, 6(2), 2450–2458.
  8. Revelo Herrera, S. G. & Leon-Rojas, J. E. (2024). The Effect of Aerobic Exercise in Neuroplasticity, Learning, and Cognition: A Systematic Review. Cureus. doi:10.7759/cureus.54021.
  9. Ritchie, S. J. & Tucker-Drob, E. M. (2018). How Much Does Education Improve Intelligence? A Meta-Analysis. Psychol Sci, 29, 1358–1369.
  10. Solis-Urra, P. et al. (2024). Exercise as medicine for the brain: moving towards precise and personalised recommendations. Br J Sports Med, 58, 693–695.